Bienvenidos.

    Hola a todos, mi nombre es P., tengo 22 años, soy delgada, cabello negro ondulado, muchos tatuajes y problemas. Cree este blog por recomendación de mi psicólogo. La verdad es que me dijo que debería llevar un diario y escribir todo lo que me pasara en el día, ¿para qué?, no lo sé, dijo algo sobre catarsis y que podríamos trabajar esas ideas luego, en la sesiones. Decidí que mi "diario" fuera público para ver si puedo ayudar a otros con eso de narrar y desenmarañar mis problemas; igual parece ser algo que está de moda. 
     Sufro depresión desde hace cinco años, pasando por momentos en los que casi ni salía de mi cuarto y hubiera preferido estar muerta, pero tengo mucho miedo de morir, y esa es la verdad. Mi problema parece ser ese, el miedo, no puedo caminar sin sentirme ahogada, torpe y observada. Quiero ser fotógrafa, aunque la verdad es que nunca en mi vida he tomado una foto, simplemente imagino cuán lindas quedarían ciertas imágenes que voy viendo cuando camino por las apretadas y estresantes calles de Caracas. Trabajo en una zapatería, llevo tres años en ese lugar que odio. Desde que salí del liceo mi vida se tornó más oscura de lo que venía siendo: mi novia (sí, soy lesbiana, bueno, más bien bisexual) con la que tenía saliendo dos años me dejó por una chica mucho más linda que yo. Eso fue el comienzo de todas las desgracias que no se han detenido hasta ahora. También, mis padres descubrieron que me gustaban las chicas: no pudiendo ocultar mi dolor exagerado por la pérdida de la que era mi único apoyo, se preocuparon tanto y tanto me preguntaron que tuve que decirles. Ese día perdí totalmente su confianza. Me parece que siempre me han odiado y menospreciado. Me enviaron a terapia, un psicólogo horrible que intento abusar de mí y cuando les conté no me creyeron. Dejé de ir, les mentía y ellos no se preocupaban por saber si lo que decía era verdad o no. Salía toda la tarde con mis amigos a hacer cualquier cosa. Bebíamos a montones y fumábamos como chimeneas. Llegaba borracha casi todos los días pero con el simple hecho de no acercarme mucho a mis padres no se percataban de nada. Usaba todo el dinero que me daban en comprar chucherías, alcohol y cigarrillos, no  comía nada más que eso, cada vez estaba más flaca y demacrada pero a nadie pareció importarle. Usaba mis días como si fueran infinitos, y aunque un malestar continuaba por debajo acechándome a cada momento se ahogaba en la juerga diaria y multitudinaria. 
      Un día, mis padres se dieron cuenta de que no estaba yendo a la terapia, que llevaba meses sin ir, nuevamente peleamos un montón y me hicieron prometerles que iría a otro psicólogo, aunque no fuera "ese que les habían recomendado". Dije que sí a todo lo que me dijeron para que me dejaran en paz. Mi despecho se había disipado pero mi depresión iba cada vez más en ascenso. Este nuevo psicólogo, igual de mediocre y pedante que el anterior me envió en la segunda sesión, "al ver mi estado", a un psiquiatra. Llamó a mis padres (porque ellos le dijeron que llamara si tenía alguna novedad o si veía que yo no asistía a las consultas) y, obligada, fui a mi primer psiquiatra. No sé si han ido ustedes a visitar a un psiquiatra pero les juro que es una cosa terrible. En una sala de espera callada y venida a menos me tuvieron por lo menos cuarenta y cinco minutos en los que mis expectativas crecían y mi ansiedad también. Pensaba en que quería salir corriendo o por lo menos estar borracha. Salí varias veces a fumarme un cigarrillo con lo que conseguía hacer exasperar más a mis padres (detestan los cigarrillos). Mis padres son hipócritas a más no poder. Mi padre toma pastillas a diestra y siniestra, por todo y por nada, "por si acaso" y "para sentirse mejor", siempre le duele algo y es medroso, mezquino y amargado. Mi madre es casi alcohólica, digo casi para darle algo de crédito, bebe siempre que tiene la ocasión y siempre hace el ridículo. Luego del corto rato que a mí me pareció mucho entré a la consulta: un hombre bajito y barbudo me esperaba con una sonrisa que después, me di cuenta, es característica de esta clase de individuos. Me dijo: "siéntate, pasa, pasa, ¿cuál es tu nombre? "Pues P., eso ya lo sabe" le dije yo. Me miro condescendiente y luego me hizo un montón de preguntas de rutina. Luego otro montón de preguntas que respondí de manera superficial sobre por qué me habían enviado para allá. Solo podía pensar en los cigarrillos y en mis amigos que me esperaban. Hacia algo de calor y el lugar se sentía apretado y perfumado de más. "P., P., hija, disculpa, ¿me oyes?" escucho decir al hombrecito. Cuando le respondo que sí hace un gesto ambiguo con su cara de hombre docto y anota algo. Al final de la cita me envió unas pastillas "para la depresión" que se llaman Effexor. Cuando llegué a mi casa investigué un montón sobre mi nueva "medicina" (que mis padres, de forma muy diligente, ya habían comprado). Vi que era absolutamente adictiva y que tenía un montón de efectos secundarios. Había decidido ya no tomarla pero mis padres me obligaban todas las mañanas, frente a ellos a tomarla. Esa tarde, al deshacerme por fin de mis detestados progenitores les conté a mis amigos todo ese nuevo enredo. Algunos dijeron que eran unos hijos de puta (todos en general) y otros que qué bueno que te dieran drogas gratis y legales. 
     Empecé al día siguiente con el Effexor. Media hora después de tomarlo y comencé a sentirme extraña, mi cuerpo se templaba, los colores eran un poco más brillantes (aunque eso podría ser algo subjetivo) y sentía la necesidad de mover mi boca de un lado a otro. Me decía que así se debían sentir los caballos cuando usan bridas y me dio algo de asco. El asco es un sentimiento normal en mí. Me doy asco yo misma y mi situación general de vida; me da asco el general de las personas, tan tontas que no saben que son infelices; me da asco el país en el que vivo y las víboras que tenemos por gobernantes; me da asco su propaganda política cursi y eficaz (digo que es eficaz porque el que es tan tonto para creerle es un punto para ellos, pero el que no, se molesta tanto por tal descaro que, de cualquier forma, nos envenenan y salen ganando); me da asco que me gusten las chicas; me da asco que nadie me entienda... 
     Luego de unos días de tomar "la medicina" empecé a dejar de sentir los efectos secundarios y comencé a sentir algo aun más preocupante: me sentía exageradamente feliz, como nunca en mi vida, tenía energía para todo y aunque no hacía nada por esos tiempos (tampoco es que haga mucho ahora, además de trabajar) me sentía organizada y aguda. Mis amigos notaron el cambio y me pidieron algunas pastillas, se las regalé pero les advertí que lo divertido comenzaba luego de varios días (unos cuatro o cinco), le dije a mi mamá que había perdido la caja de pastillas y me compró una nueva. Mis padres siempre me compraban todo lo que yo quería. Fue uno de sus peores errores. Estoy convencida de que es por eso que no quiero esforzarme en nada. La psicólogo dice que es porque estoy deprimida, pero a mí no me parece tanto. Siento una apatía ante todo y más que nada. ¿Para qué esforzarse? Simplemente no tengo ganas. Pero ahora que lo pienso, ¿escribir esto no es hacer algo? ¿Será que logró engañarme (la psicólogo) o es simplemente que cedí ante algo que parece inocuo? Pero me llegan tantos recuerdos, se acomodan tantas cosas que no puede ser inocuo. Odio las terapias, me parecen cosas de tontos, no de locos, como todos creen, de tontos y nada más. Siento repugnancia por "estar arreglándome" cuando todos están igual o peor que yo pero son tan idiotas que... Aff, no, simplemente no puedo soportarlo.
     Hay algo extraño en esto de escribir, podría pasar horas y horas contando y transcribiendo, no sabría cuándo hay que parar, ¿tengo que hacerlo? Lo dejaré hasta aquí, por seguridad. Nos vemos luego, un besito a todos.

Comentarios