La muerte ha sido siempre un suceso extraño para mí. Nunca entendía por qué rezabas tanto, todos los días, aunque de casualidad sabías leer. Después pensé que era a causa del miedo, de los fantasmas, de los demonios. ¿Recuerdas cuánto miedo tenía en esa casa tan grande y extraña? El miedo a la muerte, ¿qué podía entender una niña de la muerte? Tú rezabas y yo creía que así eran las cosas, que ese mundo descolocado de cuartos oscuros llenos de velones y cucarachas, con ese altar al que ya nunca podré regresar, era en verdad... Creía que el mundo eran tus historias, llenas de maldad y de horror (y al final cuánta razón tenías), de ríos lejanos que he buscado con tanto ahínco en mi memoria, de ese señor que tenía un burro y al que te le escapaste aunque ya no recuerdo si es porque te trataba bien o mal. Tardes y tardes durmiendo juntas y hablando (aunque la verdad es que creo que más tiempo estuvimos calladas), luego viendo la televisión, una televisión vieja, como todo en esa casa, en la que las figuras lejanas apenas se distinguían, tan pequeña, ¿qué habrá sido de ese aparato tan valioso en este momento? Quisiera que mi memoria funcionara mejor, o haberte prestado más atención, o haber podido entender. Creo que nunca te entendí. Decían que eras mala, aunque no lo fuiste conmigo. ¿Cómo puede ser alguien que ha sufrido tanto, que lo único que ha conocido es el sufrimiento? Pero quizás no debería hablar yo de estos temas, si nunca conocí esa parte de ti, mejor que hablen los otros. Nunca hablarán, sabes, todo esto ha sido demasiado extraño para nosotros. No entiendo por qué no puedo recordarte con más nitidez si me criaste, si pasé tanto tiempo contigo. Tocabas el techo de zinc con un palo cuando el agua estaba lista para bañarme. En las tardes calurosas y llenas de silencio se escuchaban las palomas moverse, arrullar. Una noche, mientras veíamos la televisión y hablábamos de la muerte (yo te decía que la muerte tocaba la puerta y si le habrías te venía a buscar), tocaron la puerta y nos dio tanto miedo pero al final abrimos (insistieron dos veces) y no había nadie. Hay tantas cosas en mi cabeza, la verdad, pero todo son retazos inconexos, ¿qué puedo hacer yo con eso?, ¿acaso con tan pocos recuerdos se reconstruye una vida? No tengo nada de ti. Han pasado tantos años desde la última vez que conversamos con seriedad. Todo esto es demasiado confuso. Ya soy una mujer, tengo veintidós (veintitrés en unos días) y todo es un desastre. ¿Qué puedo darte yo ahora si no estuve durante tu larga agonía? Querías escapar de todo pero... Lo siento tanto, por mi egoísmo, por mi falta de palabras, por no haber llorado. Dijiste que era arisca pero tú nunca enseñaste a querer con profusión. No te estoy reprochando nada, no soy nadie para juzgarte, ni a ti ni a nadie, solamente quiero que entiendas. Abuela, fuiste mi infancia: las matas encima de la reja oxidada; la gata que entraba siempre por ese mismo balcón y que no sabíamos si era de alguien; "Dundi", ese perro color crema, flaco y alto, tan bueno, al que botaste tantas veces del otro lado de la ciudad y siempre regresaba; el pasillo que daba al cuarto del fondo de la casa en el que siempre aparecían los fantasmas; tantas, tantas cosas: las arepas con jugo de guayaba (bien espeso); las galletas de soda que guardabas en el bargueño; las idas y venidas al mercado municipal en donde me comprabas un dulce al que nunca me le aprendí el nombre (era blando, blanco, cubierto de harina (¿o era azúcar?), de textura chiclosa, etc.); las navidades en las que se reunía toda la familia (esa familia de raros y fracasados que seguimos siendo) y por un momento todo era paz...
Entonces adiós. Quisiera poder hacer más que escribirte estas precarias lineas. Estate tranquila, te recordaré siempre. Ahí estás en el camino que da de mi casa (mi antigua casa) a la iglesia, en las plazas derrengadas, en los refranes y mi búsqueda estropeada de Dios. Me imagino que él te perdonó (también nosotros lo hicimos): una vida de torturas y tú sólo le pedías perdón en cada rezo y te dedicabas a su palabra; no te preocupes, todos somos pecadores. Nos vemos por ahí. Un beso.
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