Domingo religioso.

     Paso el día entero absorta en las ideas que tengo para este blog: en lo que podría contar, en la forma que debo contarlo, en qué ideas son buenas y cuáles no. Finalmente cuando llego a mi casa y me siento a escribir todas esas ideas se desvanecen. Ya sé lo que me dirán: ¿y por qué no las anotas? Pues, ¿adivinen?, ¡hoy las anoté! y otros días he recordado las cosas que se supone que irían aquí, pero no sirve de nada. Tengo una anotación en el teléfono "¿Qué me gusta en un hombre?", ese iba a ser el tema principal del día de hoy si en la estúpida zapatería me hubieran dejado anotar todas las ideas que me vinieron en ese momento a la cabeza. Pero no, soy una esclava y los esclavos no tienen permitido dedicarse a ellos mismos. Entonces mis ideas sobre mi sexualidad (que es un tema recurrente, como se podrán haber dado cuenta) quedarán para luego, cuando tenga el ánimo correcto, cuando todo encaje perfectamente y pueda escribir sobre eso. Es extraña esa relación del ánimo con la escritura (y con todo lo demás): dependiendo de cómo te sientes todo cambia radicalmente, un rayo de sol puede ser un alegre calor o una hijadeputada dependiendo de cómo te sientes. Tenemos entonces ese paisaje interior que se mezcla con el exterior de forma indisoluble y confusa. Es tan difícil saber qué pertenece a qué reino, dónde acaba lo subjetivo y comienza lo objetivo que es algo delicioso ver a las personas hacer aserciones sobre cualquier cosa. ¿Cómo asentir rotundamente?, ¿cómo negar rotundamente? No, no es posible que algo tenga ese carácter absoluto. 
     Hablando de absolutos, acabo de recordar que, en mi infancia, me aterraba y fascinaba la idea de que Dios sabía y podía ver todo lo que hacías, que no había nada que se escapara de esa mirada escrutadora y terrible. Me recuerdo intentando esconderle algo, escamotear así fuera un sólo pensamiento para mí. ¡Quería engañarlo y me molestaba a montones cuando me daba cuenta de la inutilidad de tales intentos! Dios era más poderoso que los seres humanos y eso me exasperaba. ¿De dónde me vendrá esa fascinación y ese horror por Dios? ¿Por qué lo tengo tan presente en cada momento? Hoy cuando bajaba en la camioneta de mi casa, camino al trabajo, había un niñita leyendo un panfleto de esos que entregan los testigos de Jehová, o alguna otra secta cristiana, y le hacía repetir a su hermanito los versículos y se los leía en voz alta; también cuando estaba caminando, antes, para agarrar la camioneta, un hombre vestido de traje me invitó a pasar a su iglesia (nueva, por cierto, la abrieron en un liceo cercano a mi casa) y fue un poco agresivo, como todos ellos... ahora que recuerdo, muy cerca de mi casa (aún más cerca que el liceo del que les hablo) también había una casa convertida en iglesia: tocaban música cristiana (¿de dónde demonios sacarán todos los cristianos una batería?) y se escuchaban igual de felices que los chavistas en una marcha. Bueno, aunque no recuerdo que en mi infancia hubieran tantas iglesias improvisadas (pasaba con mi abuela por una plaza que estaba dividida la mitad en testigos de Jehová y la otra mitad en cristianos evangélicos, pero nada más), debe ser de ahí, de mi abuela y su obsesión por las iglesias y Dios, Dios para lavar sus horrores, para limpiar sus pecados, para servirle de almohada a esa pobre señora que tuvo una vida tan dura, que tiene una vida tan dura... 
     En el trabajo entra un negro alto y flaco, mal vestido y algo encorvado. Entra con otra señora y se ponen a hablar y a ver sus teléfonos (nada extraño, la gente siempre hace eso, se sienten más seguros dentro de una tienda, creen que los malandros no entraran por algún pudor que es obvio que no tienen (una vez entraron a robar y como me resistí me dieron una cachetada y me obligaron a tirarme al suelo luego de amenazarme con unas tijeras)) para luego voltear y decirme: "Dios la bendiga, hija". Sigue hablando con la otra señora y escucho a su dios para aquí y para allá, todo se lo agradece a él. Cuando le presto más atención, me doy cuenta de que el gran cristiano que era ese viejo pestilente estaba vendiéndole a la señora unos medicamentos. Decía que acababa de salir de la farmacia y preguntar por los precios y que lo más adecuado era vender los medicamentos más agotados en 50.000 Bs. cada pastilla y los demás en 20.000. Quedé horrorizada. No puedo entenderlo, ¿cómo ese señor mantiene a flote esa sarta de contradicciones, esa mezquindad mezclada con pacatería y fanatismo estúpido? Más tarde otro señor se para muy cerca de la entrada de la tienda y empieza a gritarle a otro que "mientras el chavismo trabaja día y noche y la oposición lo único que hace es quejarse y quejarse, los poderes hegemónicos quieren derrocar a la Revolución, que da bonos, que es democrática, que lucha contra el bachaqueo, que tiene a monte a la burguesía parasitaria y traidora"; esta vez quedo decepcionada más que todo. ¿Cómo es posible que la gente siga creyendo tales discursos? ¿Son tan grandes las necesidades de las masas de ser controladas y dirigidas? ¿Por qué aman las personas a quienes adulan sus bajas pasiones? Estoy desesperada, veo que, de forma incongruente, mientras el país sigue cayendo en picada, hay más y más alienados por la propaganda, más gente que defiende la ilusión que se les metió en la cabeza en mala hora. Ay, Venezuela, ¿a dónde irás a parar?, ¿por cuánto?...

Comentarios