Largo rato pensando entre la diferencia entre los planes que hacemos y la realidad de nuestras vidas: miles de ideas olvidadas durante todo el día, viajes que nunca sucederán, encuentros que sólo pueden pasar en nuestras cabezas. Y Entonces me ataca una duda: ¿en dónde vivimos realmente, en ese horizonte de expectativas y planificaciones, o en los que nos suceden en nuestras pobres y miserables vidas? No sé ustedes, pero yo, vivo nada más que en mis sueños. Vivo distraída, alejada, un señor me pregunta por el precio de unos zapatos y le respondo "no, señor, no tenemos", el señor se va molesto y al rato es que me doy cuenta de lo que quería. Mala suerte, ya alguien se llevará los condenados zapatos. Aparece mi primo. Le pregunto qué tal, que cómo le fue el día de ayer. "Bien", me responde, "cambié la pipa de metal por medio gramo y estoy volando". La sangre se me sube a la cabeza "¡Qué hiciste qué!" le digo con el grito y la ira contenida. Esa pipa se la había regalado yo. Una mezcla de decepción con rabia y tristeza me bombardea la cabeza y le digo varias veces que se vaya. Me mira con su cara fatua, feliz, sin entender muy bien por qué estoy tan molesta y finalmente se va. No puedo soportarlo. Es un buen muchacho, pero tiene un montón de ideas tontas en la cabeza: cree que está siendo rebelde porque fuma marihuana y "le pasa el webo por la cara a todo el mundo". He intentado hablar con él un montón de veces, aconsejarlo, pero me ignora. Dice que no le importa y cuando no haya qué hacer, se hace el que no escucha (una actitud idiota para un muchacho de veintiún años) e intenta hablar de otra cosa. Aunque sus temas de conversación no es que sean muy variados: habla compulsivamente de marihuana y otras drogas, sólo puede hablar de eso y me preocupa mucho el camino que está tomando. Una vez, antes de estar trabajando, cambió su teléfono celular por tres gramos de marihuana. Y lo ha hecho con un montón de cosas: bolsos, zarcillos, libretas, todo lo que la gente le acepte es canjeable para mantenerse "alto, en las nubes". Me siento impotente al ver a una persona con talento caer cada vez más bajo por el simple hecho de no poder soportar lo terrible de la realidad. Siento que he perdido la confianza en él. Estoy decepcionada. Pero por otra parte no creo poder dejarlo solo. No sería justo. ¿Qué hago, sigo gastando pólvora en zamuro? Será, no me queda nada más que seguir intentando.
Aunque si me pongo a pensarlo las diferencias entre él y yo no son tan marcadas: ambos tenemos vidas que se desmoronan, lidiamos con nuestra mierda a punta de drogas, tenemos conductas erráticas, etc. ¡Pero yo no me atrevería a robar a mi familia ni a cambiar todas mis cosas por una maldita moña! Si yo robo lo hago por puras ganas de joder. Por ejemplo: robo en mi trabajo por ser todos los dueños de esas zapaterías unos grandísimos hijos de puta. Sí, es verdad, yo no robo, yo hurto, que es distinto, pero es mi granito de arena, mi pequeña venganza ante esos imbéciles engreídos. De cualquier forma nunca he robado (ni nunca lo haré) para conseguir drogas. Para eso trabajo (ya estoy sonando como una madre (si una madre drogadicta, pero una madre al fin)). Quisiera sacarme el recuerdo de mi primo de la cabeza pero no puedo. ¡Qué hago! ¡Cómo lo ayudo! Hace unos meses, cuando todos lo atacaban, yo tenía fe en él. Pero ahora que todos creen que está bien yo veo que no, que sigue "palo abajo", que le va a suceder algo malo si sigue haciendo las mismas cosas.
A. me cuenta que sintió lo mismo hace unos cuantos meses cuando T. empezó cada vez más a ser un petulante que creía ser uno de los mejores músicos de Venezuela. "Sentía que algo horrible le iba a suceder, que tanta desmesura no podía terminar bien" me decía A. con cara de tristeza, abatido y con la certeza de que su amigo no volvería nunca más del estado en que se encontraba. "Está vegetal, P., ya no podemos hacer nada más. Me da tanta tristeza con sus padres. Todo esto ha sido tan horrible". La novia de A. se queja de que nuestras historias estén llenas de este tipo de cosas (promiscuidad, drogas, tragedia, estupidez) y ambos contestamos: pero si el mundo está lleno de porquería y nada más, qué otra cosa quieres que contemos. No podemos ser hipócritas, ya hay demasiados. Demasiadas personas que le tienen miedo a la verdad. Demasiadas personas que por la comodidad (por vivir en la mentira) harían lo que fuera. "Sí, claro, todo está perfecto, no le hagas caso a esa loca, ella siempre anda diciendo esas cosas de hippie". Antes me gustaba pelear con esa gente "realista", me gustaba decirles cosas que las sacaran de quicio. Pero la que terminaba molesta (pero realmente molesta, no "exasperada") era siempre yo. A ellos les parecía una "falta de tacto" que yo hablara de ciertos temas, y muchas veces llegaron a tratarme de imbécil. Se "acaloraban" por mis "opiniones" pero nada más. Nada de lo que yo decía podía entrar en sus cabezas como información real porque yo era para ellos una simple fantoche, una payasa que sólo quería llamar la atención. Ahora no pierdo mi tiempo. Los dejo hablar todas las tonterías que se les pasan por la cabeza: me molesto por unos minutos pero mi cara permanece impávida; al final siento compasión por ellos y olvido que lo que quería en verdad era asesinarlos. No he perdido la costumbre de burlarme de sus conversaciones y opiniones, pero ahora intento ser tan sutil que piensen que estoy diciendo disparates o aceptando cada una de sus palabras.
Si no podemos cambiar ni siquiera el parecer de las personas que nos son más allegadas, ¿cómo pretenden algunos cambiar el mundo, llevarlo a un paraíso en el que ese tipo de cosas no sucedan, un momento histórico en el que todas las consciencias estén de acuerdo, en el que cada una de las partes del mundo se alinearen, para dar paso a una felicidad absoluta? Sólo puedo pensar que lo lograrán si obligaran a todos a tener el mismo pensamiento; e instantáneamente el paraíso se convierte en un infierno de uniformidad domesticada. Pero yo no soy un perro. Soy una mujer y tengo derecho a morirme de arrechera, a quejarme de todas y cada una de las cosas de este mundo, a ser infeliz y a llorar todas las lágrimas amargas que tenga mi cabeza como necesarias. Tengo derecho a ser pesimista. Tengo derecho a odiar (los que no odian nada me parecen unos hipócritas (o quizás sean simplemente unos imbéciles)), a imaginarme al mundo de tres millones de maneras distintas: no nada más una dicotomía estúpida entre capitalismo y comunismo (como quieren los demagogos internacionales), entre el bien y el mal (como quieren las religiones), entre ustedes y nosotros. La complejidad del mundo es infinita, abrumadora, delirante, ¿para qué intentar simplificarla? Entonces ¡MALDITA SEA! ¡DÉJENME EN PAZ! ¡No quiero saber nada de sus grupos sectarios en los que se encuentra una verdad mutilada y después maquillada como un cadáver después de un accidente! ¡No quiero escuchar sus opiniones tan seguras de tantas cosas (¿cómo demonios alguien está seguro de lo más mínimo?), sus charlas festivas en las que encuentran un sentido facilón y manoseado por tantos otros! Ya estoy cansada de escuchar "niña, las cosas en este mundo son así, y no hay más que discutir", estoy cansada de su hipocresía cobarde, de su heroísmo de caja de cereal, de lo triste que nos debemos ver; ¡monos sabios! ¡Monos estúpidos que creen que porque emiten cuatro millones trescientos dieciocho mil novecientos treinta y cuatro sonidos están en el pináculo de la existencia! Al final es todo tan cómico que podría reírme... pero estoy llorando.
Adiós.
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