"La creatividad sin estrategia se
llama arte. La creatividad con estrategia se llama publicidad". Escuché
eso en una radio de Los Teques (el maldito pueblo donde vive R.) hace unos
días. Todavía quedo perpleja cuando recuerdo esa pequeña cuña publicitaria. Al
oírla la primera vez me dieron unas ganas horrorosas de reírme. No porque
estuviera feliz, ni porque me produjera más gracia que ver a mi madre
atropellada por un camión, la razón era la de siempre: el asco. En
mi cabeza no podía entrar la idea de que tal arrogancia fuera posible. Me imaginé
mis fotos (¡maldita sea!, algún día las tomaría), las más íntimas y patéticas,
las más calladas, las más tímidas, y no entendí cómo se llegaba de eso a la
prostitución que es la publicidad. Gracias a dios, después vinieron montones de
días en los que estuve completamente dopada (he aquí la razón por la que no he
escrito ni una línea), días que fueron como un sueño reparador de la porquería
del mundo. Pero vuelvo a estar sobria: nada dura para siempre; aunque desearía
que mis drogas duraran. No importa qué sea, lo importante es no sentir el
constante martilleo en mi cabeza, opacar el cristal que me conecta con el
exterior (e interior). Tengo conversaciones con montones de personas; voy al
trabajo; tengo sexo con R.; tengo sexo con una chica que no recuerdo su nombre;
camino; fumo montañas de cigarrillos; paso horas sentada en la silla de
la pc; duermo; duermo mucho más; bebo cervezas combinadas con
pastillas y marihuana; estoy en la parada del bus esperando la camioneta para
ir a mi casa; veo por la ventana un pequeña franja naranja siendo aplastada por
una noche que aún es azul, ya casi negra; es de mañana, no como, enciendo un
cigarrillo y aspiro profundamente; estoy lavando ropa; de nuevo es de noche;
salgo a almorzar (fumo marihuana y bebo un par de cervezas); estoy en el cine
con unos amigos; celebro mi cumpleaños. Todo esto es una especie de nube
borrosa en mi cabeza, dos semanas borradas, escuchadas desde
lejos. Pero ya no. Estoy aquí. Estoy presente. Bebo mi café y me siento aquí,
Dua Lipa suena en Youtube, tengo miedo. Siempre que estoy
presente tengo miedo: me siento frágil, patológicamente frágil, podría
quebrarme cualquiera que me abrazara con demasiada fuerza. Intento seguir
presente. Sí, yo moriría, no había nada que hacer. Moriría de cáncer (mi abuelo
murió de cáncer, seguramente yo también), entre dolores insoportables y
esperanzas estúpidas. Sigo aquí. Respiro. Siento dolores extraños en todo el
cuerpo. A veces tengo ganas de salir corriendo a donde un médico gritándole:
"¡me estoy muriendo, ayuda, revíseme, evite que muera, por favor,
ayúdeme!" Aunque si nos ponemos a pensar todos deberíamos estar corriendo
despavoridos. Sin embargo yo soy la única que parece estar paralizada. Otra
nota de mi celular: "7 billones de personas, soy sólo un número, estoy
perdida"; esa era la idea primaria que intenté desarrollar el otro día y
me gusta más de esa forma. Me imagino siendo madre y me da tal malestar que
tengo que acostarme por media hora (igual no importa, el internet no está
sirviendo para un demonio estos últimos días): no sé qué es peor, si un hijo ya
crecido o uno recién nacido. Mejor me levanto. Otro cigarrillo: lo enciendo y
saboreo el humo, me dejo envolver, estoy casi contenta. Reviso las notas de mi
teléfono. Nada. Hace unos días tuve una fuerte discusión con mi psicólogo.
Estaba cansada de su charla moralizante y sus consejos de revista Teens. Finalmente
le grité "Pues sabe qué, yo sólo puedo hacer lo que se me venga en
gana". Corrí fuera del consultorio hasta una plaza cercana. Sentía mi cara
caliente, roja, y las lágrimas cayendo aunque hice mi mejor intento por
reprimirlas. ¡Qué sabía esa estúpida sobre cómo hay que vivir! Quisiera verla
yo a ella, estar en sus zapatos, saber cómo se siente para ver si es verdad, si
a ella le han funcionado todos esos consejos baratos. ¡Qué era toda esa
porquería de la reconciliación y el entendimiento! Recordé la sonrisa burlona
de R. y todo se hizo más gris. Caminé un rato pero terminé volviendo
rápidamente al metro. ¡Frío hijodeputa! De vuelta a casa, en el vagón
abarrotado escribo esto: "Existe ese miedo del cual no queremos saber,
ante el cual ponemos un pobre parapeto; da igual que ya caigamos, como Alicia,
en el abismo".
Nos vemos luego.
P.S. Esta entrada pertenece al día 5/3/18.
P.S. Esta entrada pertenece al día 5/3/18.
Comentarios
Publicar un comentario