(Entrada perteneciente al 7/6/2018).
Dos meses bajo el tratamiento de antidepresivos y la mejoría es tremenda. Antes había intentado tomar las pastillas seriamente y no lo había logrado. Esta vez es distinto. La ansiedad desapareció casi por completo, también los tics, las ideas suicidas, los cambios extremos de humor, la rabia, todo… Pero no me siento contenta. Mi problema es saber si quien se equivoca es la psiquiatría o yo misma. Mi problema es saber si soy en realidad sólo una cobarde.
Dos meses bajo el tratamiento de antidepresivos y la mejoría es tremenda. Antes había intentado tomar las pastillas seriamente y no lo había logrado. Esta vez es distinto. La ansiedad desapareció casi por completo, también los tics, las ideas suicidas, los cambios extremos de humor, la rabia, todo… Pero no me siento contenta. Mi problema es saber si quien se equivoca es la psiquiatría o yo misma. Mi problema es saber si soy en realidad sólo una cobarde.
Cuando dejé de escribir este blog estaba al borde: consumía pastillas de toda clase y sentía que no podía vivir sin ellas; los cigarrillos eran mi alimento; la locura un estado en el que me fui sumergiendo poco a poco sin percatarme. Creía que moriría de un momento a otro de alguna enfermedad incurable y virulenta. Mi mundo estaba lleno de un sufrimiento insondable. No lo soporté. Siempre creí ser más fuerte que todo, que podría con toda la porquería de mi vida: no es verdad. Miraba al abismo de mi alma sin cesar y me aterraron sus monstruos. Tuve que darme vuelta. No quiero enloquecer, tengo miedo. Quiero algo a lo que asirme. Quiero vivir.
Ahora que siento nuevamente mi alma atormentada, que escucho sus gritos taponados con una mordaza química, me pregunto ¿viviré así toda mi vida? Quiero decir, ¿está bien vivir así toda una vida? Antes me drogaba también, pero este dopaje es de signo contrario. Siento que es un engaño mucho peor que el de la caída completa en la locura y la irrealidad. Estoy normalizada. Mis relaciones con los demás funcionan mucho mejor, pero hay algo dentro de mí que me grita que soy una idiota. Antes, el mundo, era para mí, un gran grito desolador. Ahora escucho otras cosas. Pero, ¿a dónde se fue el grito? ¿Nunca existió? No soy tan tonta como para creer eso. El grito venía del exterior y resonaba en mí, me hacía vibrar hasta casi reventarme. La porquería no ha dejado de insistir. Ahora no me importa tanto. ¿Ven?, eso es de cobardes. Si el mundo se cae a pedazos yo debería derrumbarme con él, pero prefiero la mezquina tranquilidad momentánea. Tapones para mis oídos demasiado finos.
Es verdad, estoy enferma (como tanto repite R. de sí mismo), ¿pero quién decide cuál es el verdadero estado de salud? Los saludables que conozco han sido siempre unos idiotas.
Si comienzo a escribir nuevamente este diario (y debo hacerlo) sé que nuevamente se revelarán las fuerzas que buscan destruirme. No importa. No importa que ustedes piensen que estoy loca, que no hay ninguna fuerza sobrenatural que intenta acabar conmigo. La hay, lo sé. Y me parece que este es uno de sus subterfugios, uno de los engaños terribles que me presenta para que no la denuncie, para que me quede en la superficie. Como una vaca que pasta mientras es llevada al matadero; como una niña que se acerca inocente al que la violará y destripará. Soy más que un animal. Yo me rebelo.
¡Pero qué clase de rebelión es esa que toma lo que su enemigo le da! “Anda sí, rebélate, pero antes, tómate tu pastillita lobotomizadora”. Otra cuestión es: ¿son ellos verdaderamente mi enemigo? ¿Existe en verdad tal enemigo? Antes dije que sí, pero ahora no estoy tan segura. ¿Quién es ese enemigo que encuentro en todas partes? ¿Yo misma? ¿Todo lo demás?
Este sería el momento exacto para encender un cigarrillo, pero no estoy fumando.
Ya los estoy escuchando: “pero si estás mucho mejor ¿cuál es tu afán de volver al estado anterior?, ¿no puedes quedarte quieta y ya?” Les repito de nuevo: esta calma me parece sospechosa. ¿Eso era todo? ¿Un desbalance mental? ¿Estoy corregida? ¿Por qué ya no escucho nada? ¿Por qué ya no huele a basura? ¿A dónde se fue la mierda? Mi madre sigue siendo una imbécil alcohólica, mi padre un sumiso estúpido… ¡Entonces qué! ¡Dónde está la mejoría! ¡Seguimos siendo gobernados por unos monos ineptos! Todo se pudre cada vez más y yo me he vuelto sorda. Duermo profunda y tranquilamente al lado de un cadáver infecto y putrefacto; sus ojos amarillos y brillantes me miran desde la oscuridad y yo los ignoro. No hay nadie, no hay nadie, no hay nadie. Y él sonríe. No hay nadie. Sus jugos me tocan. No hay nadie: sólo el rascar lento y desesperante en la pared de mi tranquilidad.
Ahora que siento nuevamente mi alma atormentada, que escucho sus gritos taponados con una mordaza química, me pregunto ¿viviré así toda mi vida? Quiero decir, ¿está bien vivir así toda una vida? Antes me drogaba también, pero este dopaje es de signo contrario. Siento que es un engaño mucho peor que el de la caída completa en la locura y la irrealidad. Estoy normalizada. Mis relaciones con los demás funcionan mucho mejor, pero hay algo dentro de mí que me grita que soy una idiota. Antes, el mundo, era para mí, un gran grito desolador. Ahora escucho otras cosas. Pero, ¿a dónde se fue el grito? ¿Nunca existió? No soy tan tonta como para creer eso. El grito venía del exterior y resonaba en mí, me hacía vibrar hasta casi reventarme. La porquería no ha dejado de insistir. Ahora no me importa tanto. ¿Ven?, eso es de cobardes. Si el mundo se cae a pedazos yo debería derrumbarme con él, pero prefiero la mezquina tranquilidad momentánea. Tapones para mis oídos demasiado finos.
Es verdad, estoy enferma (como tanto repite R. de sí mismo), ¿pero quién decide cuál es el verdadero estado de salud? Los saludables que conozco han sido siempre unos idiotas.
Si comienzo a escribir nuevamente este diario (y debo hacerlo) sé que nuevamente se revelarán las fuerzas que buscan destruirme. No importa. No importa que ustedes piensen que estoy loca, que no hay ninguna fuerza sobrenatural que intenta acabar conmigo. La hay, lo sé. Y me parece que este es uno de sus subterfugios, uno de los engaños terribles que me presenta para que no la denuncie, para que me quede en la superficie. Como una vaca que pasta mientras es llevada al matadero; como una niña que se acerca inocente al que la violará y destripará. Soy más que un animal. Yo me rebelo.
¡Pero qué clase de rebelión es esa que toma lo que su enemigo le da! “Anda sí, rebélate, pero antes, tómate tu pastillita lobotomizadora”. Otra cuestión es: ¿son ellos verdaderamente mi enemigo? ¿Existe en verdad tal enemigo? Antes dije que sí, pero ahora no estoy tan segura. ¿Quién es ese enemigo que encuentro en todas partes? ¿Yo misma? ¿Todo lo demás?
Este sería el momento exacto para encender un cigarrillo, pero no estoy fumando.
Ya los estoy escuchando: “pero si estás mucho mejor ¿cuál es tu afán de volver al estado anterior?, ¿no puedes quedarte quieta y ya?” Les repito de nuevo: esta calma me parece sospechosa. ¿Eso era todo? ¿Un desbalance mental? ¿Estoy corregida? ¿Por qué ya no escucho nada? ¿Por qué ya no huele a basura? ¿A dónde se fue la mierda? Mi madre sigue siendo una imbécil alcohólica, mi padre un sumiso estúpido… ¡Entonces qué! ¡Dónde está la mejoría! ¡Seguimos siendo gobernados por unos monos ineptos! Todo se pudre cada vez más y yo me he vuelto sorda. Duermo profunda y tranquilamente al lado de un cadáver infecto y putrefacto; sus ojos amarillos y brillantes me miran desde la oscuridad y yo los ignoro. No hay nadie, no hay nadie, no hay nadie. Y él sonríe. No hay nadie. Sus jugos me tocan. No hay nadie: sólo el rascar lento y desesperante en la pared de mi tranquilidad.
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