¿Quién soy?

     De nuevo la pregunta que me atormenta a cada momento: ¿quién soy? ¿Soy acaso mis fracasos o mis triunfos? ¿Cuál de ellos me pertenece más, cuál es más mío? Ante tal pregunta se siente siempre una especie de vacío, una revelación de lo poco que nos conocemos. Claro está que podría responder muy tranquila: Soy P., tengo veintitrés años, soy mujer, trabajo (para mi desgracia) de vendedora de zapatos… todas esas cosas tontas que respondemos de forma superficial a quien pregunta inesperadamente. Pero esas respuestas son paños calientes, no dicen nada; gracias a dios que todos se quedan muy campantes después de oírlas. La tentación de encender un cigarrillo me desconcentra por un rato. Lástima que no estoy fumando, eso me ayudaría: cuando tengo que pensar con intensidad un cigarrillo siempre es adecuado. Entonces, ¿quién soy? “Eres una loca, anormal, enferma” eso es lo que dice la gente. Ellos deben de tener algo de razón. “¡Puta, lesbiana, imbécil!” son otras lindas cosas que escucho siempre. R. sonríe sentado en la cama: “¿Sigues escribiendo tus tonterías?” Sí. Soy una mujer que escribe, una mujer triste, un triste simulacro de todo lo que soñé. ¡Me muero de rabia todo el tiempo! No tengo ganas de nada. ¿Quién soy? ¡Qué pregunta! Más bien es un taladro… el hacha con que me despedazo cada día. Soy venezolana (y eso qué), vivo bajo un gobierno incompetente y de ínfulas dictatoriales. Soy la que vive rodeada de idiotas. Soy todas las malditas drogas que han pasado por mi cuerpo. Soy un cuarto sucio en medio de una ciudad babilónica… Los psiquiatras dicen que soy una mujer deprimida (les creo), que padezco trastorno bipolar con algunos accesos esquizoides (qué rimbombante), dicen que ellos me curarán, que esté tranquila, que todo saldrá bien. Tengo la impresión de que todas mis desviaciones son lo que me impiden saber algo de mí. Mírenlos a ellos, a todos esos que caminan de un lado a otro, tan tranquilos, que hacen cada una de sus cosas con la seguridad de que su camino es el correcto. Yo no tengo caminos correctos. Estoy perdida, me siento monstruosa, inverosímil en un mundo en el que todo está arreglado. Aunque la verdad es que todo se cae a pedazos: un hombre “apoyado” en el esqueleto de un paraguas, flaco, moreno, sucio, de ojos rojos y salidos me pide algo de dinero bajo un sol abrasador; obviamente me siento en el infierno. ¡Qué hacer con todos los males del mundo! ¿Qué hago con mi propio dolor? Nada: caminar con horror por esta especie de valle de la muerte intentando no vomitar y caer de rodillas llorando. ¡Qué tanto tendría que escribir para responder a tal pregunta! Yo qué sé… Además, ¿sirve de algo? Palabras, palabras malditas, siempre traicionando la pregunta, tergiversando la respuesta: ¿Quién soy? Una voz anónima entre otros tantos millones. Soy un golpe, un grito, y basta.

      Adiós.

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