“Lo único que se necesita para escribir es sinceridad”.


(Entrada perteneciente al 18/07/2018).

     “Lo único que se necesita para escribir es sinceridad”. Eso acabo de escuchar en una serie que veía en la PC. Y esto es más fácil afirmarlo que lograrlo. Digo: si no conocemos nada de nosotros mismos, ¿cómo es posible sinceridad alguna? Es obvio que una persona tan joven como yo no puede conocerse mucho (no puede conocerse nada). ¿Sobre qué se supone que razono entonces, qué significa el nombre que le doy a todas mis cosas? Razono sobre el error y los nombres son los equivocados. ¿Qué hacer entonces? No parece haber solución. Lo que siento es completamente verdadero (lo único de lo que puedo estar segura) pero mis palabras… Siempre he sido una mujer mediocre. Necesitaría un taladro. Mejor un molde en el cual, al vaciar mis entrañas, queden completamente al descubierto. Necesito no estar ciega. Necesito levantarme de la cama con la certeza única (cualquiera) y de pronto todo se ordenará. Qué importa si quedo petrificada para siempre si es verdad que ese estado se encuentra más allá de todo sufrimiento. El sufrimiento se apoya en eso, en la punta más aguda, en el estado inestable que es caída por sí misma, al fondo de sí misma, sin fin. Yo quiero llegar al fondo y resurgir sabiendo que existe un apoyo: el que se cae sólo tiene que levantarse, pero ¿y si nunca dejamos de caer? Yo tengo un trabajo, una vida, unos amigos, todo es mentira. Yo tengo la certeza de recibir arena en mis manos; la catástrofe inaudita de tener que volver al polvo sin saber si quiera qué es eso. Todo esto debe ser la influencia de mi abuela. Mi abuela deliraba a cada momento y yo no me daba cuenta; era una niña, no tenía que saber de estas cosas. Ahora lo sé, vivíamos en el limbo: una casa gigante y sin estructura con tantas pretensiones como fallas; un lugar vacío (pero habían cosas, aunque todas no alcanzaran a llenar ni un milímetro de ese espacio inmenso), un pasillo largo y angosto en el que tantos de mis sueños se han desarrollado… Justo a la mitad había una puerta, en el lado izquierdo, donde se guardaban cualquier cantidad de chécheres inservibles en cajas roídas, además había un altar, única fuente de luz: velas y velones derretidos unos sobre otros: verdes, rojos, morados, amarillos e imágenes de los santos, de Jesucristo, la biblia siempre abierta en alguna página aleatoria, etc. Frente a esta puerta estaba otra, el baño: siempre lleno de cucarachas y chiripas por todos lados, con una cerámica verde y blanca que siempre me ha traído una sensación de serenidad. En ese baño descubrí la masturbación: me prometía todos los días que la dejaría, que esa sería la última vez, pero bueno, el placer manda en mi mundo…
      Hay grandes cosas que se mueven dentro de mí, grandes cambios están sucediendo, aunque no podría decir cuáles ni para qué. Ay, si alguien pudiera entender, si pudiera gritarle a alguien y que eso tuviera todo el sentido que se supone debería tener… Maldito sea mil veces el mundo sin forma ni tamaño en el que me tocó vivir. Maldita entonces la claridad inútil, la vida arrobada que muere en la cañería.

      Adiós.

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