¿Cuándo volveré a ser tan feliz?


(Entrada perteneciente al 13/08/2018).

     Revisando las primeras páginas de mi diario me di cuenta de que el insomnio desapareció. No recordaba si quiera que no podía dormir por días. Otro efecto de la medicación, cambia las cosas de forma tan sutil que tardo en percatarme. Entonces mi insomnio era “nervioso”, por así decirlo. No estoy contenta. No puedo estar contenta aunque esté tranquila. La tranquilidad farmacológica no quiere decir felicidad real. Pero es al menos algo. Mi pulso no tiembla, soy capaz de responder con coherencia a casi todo lo que me dicen, no tengo miedo a cada momento. Pero sin miedo escribir estas páginas se convierte en una tarea pesada: antes no escribía por estar demasiado atormentada, ahora por estar tan tranquila. Sí, el problema es mi flojera. La pereza es una de mis tantas maldiciones.
      R. me ha estado llamando desde hace varios días y lo he ignorado. Me escribe por Whatsapp, por el chat del Facebook, me atosiga para que nos veamos. No tengo ganas de verlo pero no puedo hacerle frente. Me lo imagino con un cigarrillo en la boca y riéndose un poco (aunque en realidad se muere de rabia) cuando lo dejo en visto. R. me da miedo. Miedo y asco. No le contestaré, me gusta andar sola, pensar largo rato sin interrupciones, no tener que hablar con nadie. Leer la novela que me prestó A., caminar viendo las fachadas de esta ciudad maldita. Parece que nunca las hubiera visto, que nunca les hubiera prestado la suficiente atención. El motor enloquecido que antes estaba todo el tiempo en mi cabeza a toda marcha no me dejaba ver esas cosas. Ahora puedo escuchar y entender. Todos estos cambios han sido tan extraños. No tienen nada de malo, me han hecho tanto bien. Eso es lo que me causa tanta tristeza: necesitar de una pastilla para poder afrontar el mundo, que esta mierda que llamamos civilización me etiquete y diga a los cuatro vientos que estoy enferma (pero no, los enfermos son ellos, los enfermos son ellos, los enfermos somos todos) y que ella es tan buena que puede darme la cura a mis males.
     Aunque la verdad mi mal es haber nacido sin pedirlo, existir sin haberlo deseado. Pero no puede haber sido de otra forma… no sé cómo explicarlo, existir es algo que no se puede dejar de lado, que es irrevocable, inevitable… si yo no existiera alguien llenaría mi espacio y sentiría lo que yo siento… quiero decir: lo que no existe tiene su puesto y lo que existe también… no, no es eso… siempre hay una consciencia que se percibe a sí misma y está atrapada y ella es la que desea ser otra cosa (a veces), no haber sido, pero la que no es ella no desea tal cosa…¿me explico? Esta intuición ha estado por años en mi cabeza y me ha sido siempre imposible expresarla, siempre queda mal dicha y mal explicada. Todo lo que dije no es en realidad lo que quería decir sobre eso, pero ayuda un poco a entenderlo. ¿O a enredarlo? No sé, no sé.
       Hace unos años encontré un diario de mi mamá guardado con un montón de cachivaches. De ahí fue que me enteré que salía con un militar antes de salir con mi padre, de que ese tipo era un idiota (aunque mi padre no se quede atrás), de que las películas que veían las personas de los años ochenta tenían títulos horribles (cosas del tipo “el ataque de los cangrejos del espacio” o algo así), de que mi madre era una mujer triste. Pienso que ese encuentro pueda ser una de las razones por las cuales estoy ahora yo escribiendo un diario. Antes no me había puesto a pensar mucho en eso, empecé a escribir como tantas veces sin saber muy bien ni por qué ni para qué. Una vez me llevé un cuaderno a una plaza y comencé a escribir (a describir, mejor dicho) lo que veía a mi alrededor y a hacer unos intentos de reflexión que he intentado encontrar nuevamente pero creo que perdí esa libreta. Una lástima. Todo lo demás que tenía escrito lo boté. Tampoco entiendo por qué hice eso. Ahora me arrepiento. Claro que eran tonterías pero eran una puerta a mi infancia y el principio de mi adolescencia. Tiempos que no volverán. Veo que me alejo cada vez más de esa época fácil en el que la ingenuidad lo revestía todo con un brillo hermoso y la desdicha se apodera de mí. La infancia, la infancia, ¿cuándo volveré a ser tan feliz?

Comentarios