El cuarto.


(Entrada perteneciente al 05/08/2018).

     Escribo una y otra vez la misma página. No puedo salir de las mismas ideas. Todo lo que he escrito es una y otra vez lo mismo, una y otra vez. Doy vueltas en mí, me veo en cada espacio, en todo lugar al que dé vuelta. ¿Será entonces que mi vida es nada más que esto? Existe la exuberancia de las cosas y yo estoy encerrada en un cuartucho mohoso con apenas una cama y un espejo. Me miro por horas interminables: de pie, de perfil, de frente, sentada, acostada, muy de cerca, lo más lejos que me permite el cuarto, fumando (pero ya no), desnuda, vestida, llorando, riendo, a punto de tener un orgasmo, defecando, de espaldas (sé que el espejo está ahí, reflejándome), oyendo al del cuarto de al lado… Es interesante… ellos creen que vienen a visitarme pero sólo hablan en sus propios cuartos, en voz alta, y los demás responden. Están contentos con eso, creen que ese es el verdadero contacto, que han pasado las barreras, que se sientan uno frente al otro… El otro día hablaba con A. de estas cosas y citó “…en todo caso, había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío.” Cuando lo miré extrañada me dijo que era de una novela de Sabato, El túnel. Dijo que había sido una conmoción leerla y que yo estaba hablando un poco como el personaje principal. Respondí que no tenía ni idea pero que sonaba interesante y que me la prestara. Luego pasamos a otro tema.

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      Cuando le hablo a A. de mi miedo y de mi enfermedad se encoje de hombros: todos los grandes creadores han estado enfermos y han sufrido montones. Yo le pregunto que qué demonios tiene eso que ver conmigo. Me ignora. “Tienes que darte cuenta tú misma.” dice al rato; “ya hemos hablado de esto un montón de veces.” “¡Además!” concluye exasperado: “¡Mira, si esas personas han podido y tuvieron que soportar infinidad de porquerías y sin embargo nos dejaron tantas cosas hermosas, tú y yo deberíamos poder calarnos un poco la basura del mundo e intentar ser como ellos!” Tiene razón, pienso, pero de cualquier forma tengo miedo. Miedo de no cumplir con las expectativas sociales (aunque sé que son un montón de tonterías); miedo de ceder y lanzarme a ser una estúpida más; miedo de estar sola; miedo de nunca poder ser comprendida; miedo a morir (todo el tiempo el maldito miedo a morir); miedo a vivir; miedo a huir por fin de toda la basura; miedo al hecho de que la basura viaja siempre en nuestra alma.
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      Llevo días sintiendo que una especie de plástico me aísla de mis compañeros de trabajo. Los veo e intento interactuar con ellos pero me parecen unos perfectos extraños. Me disgustan. Siempre he sabido que son idiotas y pérfidos, pero ahora no puedo dejar eso de lado. Odio ese trabajo, pero qué más puedo hacer. La jefa habla un rato conmigo intentando ser amable; yo espero únicamente el momento de que me deje en paz. Agradezco los domingos, los domingos no aparecen casi clientes por la zapatería y tengo todo el tiempo para mí. Tiempo gastado pensando y ensimismada. Tiempo ganado. Tiempo frente al espejo. Al salir, me quedo largo rato parada en medio de la acera sin saber qué hacer. Veo a un niño sucio recostado en la pared jugando con la mitad de un carro de plástico y otra gente igualmente sucia que viene y va. Una pareja discute en la panadería mientras compran el pan: el hombre la trata horrible y ella responde igual de agresiva, el cajero los mira sin saber muy bien qué hacer. Finalmente compran el pan y se largan. Me muevo del lugar en donde estoy para que no me dé el sol. No tengo ganas de caminar a mi casa, no tengo ganas de esperar el autobús. Sigo parada. Camino de un lado a otro. No pienso en nada. Me siento contenta de que todo tenga ese ritmo tan lento. Pasan mis padres en el carro, me subo, ya no tendré que caminar.

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