"Venezuela".

(Entrada perteneciente al 25/07/2018).

      La vida en verdad es algo tan triste. No lo comprendo, soy tan joven y me embarga un sentimiento de nostalgia que me llega hasta las raíces. Es como si cada día fuera una despedida… La primera vez que sentí algo así fue en mi niñez, una tarde de playa. Había estado jugando durante todo el día y me había divertido un montón (recuerdo la sensación de una alegría muy fuerte, de una plenitud que no ha vuelto). Nos quedamos casi hasta anochecer. La playa se fue vaciando, el mar estaba cada vez más inquieto y yo luchaba contra las olas. Mi madre me llamó, me dijo, “ya nos vamos, tienes que secarte”. Y yo salí y me quedé esperando. Sentía la brisa y escuchaba las olas reventando una y otra vez, arrullándome. Todo cambiaba de amarillo pálido a un azul plomizo; aunque había suficiente luz. De repente, unas nubes naranjas y rojas, muy pocas, en el cielo, el murmullo del mar, la soledad de playa, “nos vamos ya”, y lo sentí: era la nostalgia, el sentimiento de pérdida, una tristeza honda de la que nunca me había percatado, una tristeza que no es mía, que proviene de vivir y ver pasar el mundo ante nuestros ojos como un sueño. “Nos vamos”, y yo sabía que nunca más volvería, que sólo existía el irse, nunca el volver. No puedo recordar nada más de ese día, ni lo que pasó antes ni después. Nada más ese instante como una herida en mi alma, como el primer empujón a mi destino. Debe ser por eso que el verso de una canción más bien cursi, “Venezuela”, me conmueve cada vez que lo recuerdo: “entre tus playas quedó mi niñez, tendida al viento y al sol”.

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